miércoles, 13 de febrero de 2019

Tornado


TORNADO
Tornado - Medio Ambiente
Cuando la tarde derramaba sus primeras negruras, el mar, el cielo, las nubes y cada detalle atmosférico presagiaba una noche estéril de bondades.
La Habana se acostaba cadenciosa, alejada de su constante alegría. Era lunes 27 de enero, solo algunas horas faltaban para el 166 aniversario del apóstol de Cuba, José Martí.
Despacio la lluvia comenzó a entorpecer los pasos del caminante. De igual modo desapareció por completo la sinfonía taciturna en los campos aledaños a la capital. Y el azul del malecón convertido en una furia blanca, deseaba escapar de su gigantesco estanque.
Pasadas las 22:00 horas, el viento se hizo dueño de la mítica ciudad, terminando de esculpir el acabado del tiempo que majestuosamente mezcla lo moderno con lo antiguo. Miles de vecinos de varios municipios habaneros cuentan que un rugido enorme abordó cada rincón de sus vecindarios. Para muchos, era como si hubiesen sido víctimas de un gran león.
Los techos volaban de un lado a otro. Las ventanas, fuesen de tablas o de cristales, se despedazaban sin la menor piedad. Incluso, tejados de hormigón, los que fueron capaces de desafiar y vencer el paso indetenible de los años, no pudieron con esa inesperada inclemencia.
Un autobús, queriendo esquivar las ráfagas y el agua que se colaba por las vetustas paredes, fue arrastrado y accidentado. Todos sus tripulantes contribuyeron penosamente a los más de 170 heridos. Un poco más abajo, cuando el sueño pensaba salir ileso, la muerte abrazó a cuatro personas. En diferentes situaciones, acarreó con ellas a su mundo saciado de espanto.
Fueron contabilizados 145 derrumbes, además de 13 centros educacionales y un hospital, el cual fue prontamente evacuado por las autoridades pertinentes. Como siempre, ante todo esto, el pueblo cubano fue el primero en dar un paso y solidarizarse, acudiendo y arriesgando su vida en medio de la temida tempestad.
Hoy la mañana, aunque fresca y reprimiendo los sentimientos de una nación, va tomando poco a poco su azul natural. Los montes aledaños trinan normalmente, y el malecón con patético silencio, aprisiona las aguas blancas en su caldera de olas y peces.


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